Saturday, June 6, 2009

Teclas de Kentucky

Me encuentro en el estado de Kentucky, lejos de la ciudad, en la zona rural.

El camino de tierra se abre entre los pastizales durante el verano. A ambos lados, florecitas silvestres sobresalen por su gracia y color. Veo margaritas amarillas, girasoles tan altos como yo, pequeñas flores color violeta, redondas, como las luces que colocamos en el árbol de navidad. Más adelante, un grupo de arbustos muestran innumerables frutillas. Parecen frambuesas, pero son de color púrpura. Son moras. Hay tantas, que pudiera estar comiéndolas toda la tarde, así, sin lavar ni nada, cubiertas con el polvo del camino.

Las nubes son tan bajitas, que con su humedad han cubierto mi cabello y mi cara. Parece como si una leve capa de humo blancuzco estuviera suspendida entre montaña y montaña. Extiendo mis brazos, y con mis manos toco las nubes. En realidad no siento más que un vientecillo frío y húmedo entre mis dedos y en la palma de mis manos. Pero yo se que estoy tocando nubes, y me parece un privilegio. A lo lejos, entre las nubes, los pinos se alzan sobre toda la vegetación. Centenares de ellos, siempre verdes, muestran los conitos aún pequeños que el próximo invierno tendrán tamaño regular.

Todo lo que veo me parece una inmensidad. El cielo como un recipiente azul, de donde cuelgan las nubes; las interminables montañas de la cordillera Apalache; las enormes rocas e incontables riachuelos. Los riachuelos serpentean sobre su fondo rocoso y van eternamente bajando montañas entre la maleza. Cuando toco el fondo con mis pies, el suelo se revuelve, como si alguien hubiera echado un tinte marrón en el agua. El agua es fría, como de nevera. Sobre ésta vuelan los insectos. Parecen suspendidos ahí mismo, en espera de algo que no puedo descifrar. Varias mariposas vuelan muy bajo, casi al nivel del suelo. Tienen las alas negras y azul índigo. Las miro, y me parecen criaturas frágiles. Tengo cuidado de no pisarlas para no acortar aún más su ya corta existencia.

Y ante tanta hermosura, agradezco a Dios ese instante. Le agradezco por mis cinco sentidos y por la capacidad de disfrutarlos.

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